Intercambio de Pareja en Matrimonio
Relato Erótico en Sevilla
Maria nunca antes había pasado más allá de una mirada picarona, con la aprobación de Roberto, o un baile subido de tono. Todo quedaba en ese filtreo que ponía a cien al matrimonio, conduciéndoles a la más alocada de las relaciones sexuales. Hasta que una noche la fantasía se convirtió en una deliciosa realidad.
Así nos lo relata Roberto:
Una noche salimos a tomar copas. Veinte años de casados, reservábamos ocasiones como esta para recordar nuestros tiempos de jóvenes despreocupados. Maria se vestía estos días de forma juvenil y un poco provocativa. Aquella noche llevaba una blusa semitransparente de color negro, su escote era como un precipicio hacia el placer. Una faldita muy corta realzaba sus largas piernas y unos tacones afilados hacían que su figura se elevara majestuosa. A ella le gustaba sentir la mirada de otros hombres y a mí no me importaba, me hacía sentir importante y envidiado por tener una mujer como ella.
Aquella noche se nos acercó Javier, no lo conocíamos de antes, pero resultó ser un tipo dicharachero, guapo, con encanto y a Maria le lanzaba algunos piropos muy comedidos. Lo hacía mirándome a mí, solicitando con un guiño mi complicidad, que yo le otorgaba, orgulloso de mi mujer.
Maria antes de reír o mostrarse halagada, también buscaba en mi mirada mi aprobación. Yo notaba que a ella le gustaba él, y comenzó a pegarse ligeramente a su lado. Estaba sentada en un taburete y, a veces, cuando se reía de una ocurrencia de Javier se rozaba con él, siempre atenta a mi mirada de aprobación o desaprobación. Yo aceptaba ese acercamiento y la veía excitarse poco a poco, sus pezones duros que pugnaban contra su blusa y no pasaban desapercibidos a Javier, quien no retiraba la vista de su escote.
Él propuso que nos sentáramos en una mesa, y así nos desplazamos hacia el interior más obscuro del pub, y nos acomodamos en un pequeño sofá los tres, uno de dos plazas donde cupimos bastante apretados. Maria en medio, Javier a un lado y yo al otro. Yo notaba cada vez más el interés de Maria por Javier, así que anuncié que iba al cuarto de baño, sabiendo lo que pasaría entre tanto. Al volver ambos recompusieron su postura rápidamente, aunque Javier aún jadeaba. Al sentarme de nuevo, Maria me beso profundamente, introduciendo su lengua hasta mi garganta, pero yo sentí sus labios calientes por la boca del otro y la excitación provocada en el rato de ausencia.
La velada continuó muy animada y, en un momento, Javier posó su mano sobre el muslo de Maria, muy arriba, al límite de su falda. Esta vez él no buscó mi mirada de asentimiento, Maria sí me miró interrogándome con sus ojos “¿qué hago?”, parecía preguntar. Yo me limité a colocar mi mano sobre el otro muslo, un poco más arriba de la de él, hasta el límite del tanga.
Javier planteó que continuáramos la noche en su apartamento. El camino lo hicimos riendo, llevándonos a Maria cogido a cada uno del brazo. En el apartamento, después de tomar un trago de Whiski, Maria se acercó a mí, yo estaba de pie con la espalda junto a una pared, pegó su cuerpo con el mío, frotó sus pechos contra mí y me besó muy excitada. Javier se acercó por la espalda de ella, la cogió con fuerza por la cadera y comenzó a besarle el cuello. Maria reaccionaba a los besos de ambos gimiendo y frotando su pubis contra mí y su culo contra él. Yo notaba el olor de la colonia de Javier y sentía como la atraía hacia él.
— ¡Bájale las bragas!-, le pedí a Javier en un momento de máxima excitación.
Él lo hizo con apresuramiento, casi a trompicones y levantó su falda de modo que el cuerpo de Maria quedó desnudo de cintura para abajo. Maria restregó su sexo contra mí, y yo al poner la mano sobre él lo noté húmedo y caliente, diría que palpitante.
Javier se había bajado los pantalones y hacía movimientos ondulatorios pegado a ella. Acaricié las nalgas de Judith que estaban suaves como la seda y note la verga de nuestro amigo, la agarré con fuerza, estaba dura, muy caliente, vibrante, y la pase por el culo de Maria que gemía al sentir su contacto.
Maria, mirándome fijamente a los ojos, me empujó hacia atrás fijando mi espalda contra la pared, apoyó sus manos contra el tabique, una a cada lado de mi cuerpo, como aprisionándolo. Se abrió de piernas, curvó su espalda hacia abajo y desde la altura de sus elevados tacones ofreció su sexo a Javier. Él la penetró con ímpetu y comenzó a moverse adelante y atrás con brusquedad. Yo había desabrochado la blusa de Maria y agarraba con fuerza sus pechos, con los pezones enhiestos y duros como nunca los había sentido. Ella gritaba: “¡seguid, seguid!”, y gemía como yo nunca la había escuchado.
Horas después, tras haber practicado el sexo en otras variantes, estábamos los tres en la cama, todos bocabajo, con Maria entre nosotros enlazándonos son sus brazos, acercó su boca a mi oreja y susurrando dijo:
— Creo que ya nunca me bastará con uno.
— A mi tampoco-, le respondí.